En
nombre de la verdad e de decirles que el Amor comienza con
un destello de simpatía, se substancializa con la fuerza
del cariño y se sintetiza en adoración. ¡Amar,
cuán grande es amar, solamente las grandes almas pueden
y saben amar! Para que haya Amor, se necesita que haya afinidad
de pensamientos, afinidad de sentimientos, y preocupaciones
y pensamientos idénticos.
El beso viene a ser la consagración mística
de dos almas, ávidas de expresar lo que internamente
viven; el acto sexual viene a ser la consubstancialización
del Amor en el realismo psico-fisiológico de nuestra
naturaleza.
Un
matrimonio perfecto es la unión de dos seres: uno que
ama más, y otro que ama mejor. El Amor es la mejor
religión asequible.
Hermes Trismegisto, el tres veces grande Dios Ibis de Thot,
dijo: "te doy Amor, en el cual está contenido
todo el sumum de la sabiduría".
¡Cuán
noble es el ser amado, cuán noble es la mujer, cuando
en verdad están unidos por el vínculo del Amor!
Una pareja de enamorados se torna mística, caritativa,
servicial. Si todos los seres humanos viviesen enamorados,
reinaría sobre la faz de la Tierra la felicidad, la
paz, la armonía, la perfección.
Ciertamente, un pañuelito, una fotografía, un
retrato, provocan en el enamorado, estados de éxtasis
inefables; en tales momentos se siente comulgar con su amada,
aunque se encuentre demasiado distante. Así es eso
que se llama Amor.
En Estados Unidos, y también en Europa, existe una
orden denominada la "orden del cisne". Los afiliados
a esta orden estudian y analizan, en forma profunda, todos
los procesos científicos relacionados con el Amor.
Cuando
la pareja está en realidad enamorada, de verdad, se
producen dentro del organismo transformaciones maravillosas.
El Amor es una efusión o una emanación energética
que brota desde lo más hondo de la Conciencia; esas
radiaciones del Amor estimulan a las glándulas endocrinas
de todo el organismo, y ellas producen millonadas de hormonas
que invaden los canales sanguíneos, llenándolos
de extraordinaria vitalidad. "Hormona" viene de
una palabra griega que significa "ansia de ser",
"fuerza de ser". ¡Cuán pequeña
es una hormona, pero cuán grandes poderes tiene para
revitalizar el organismo humano! En realidad de verdad, uno
se asombra al ver a un anciano decrépito cuando se
enamora; entonces sus glándulas endocrinas producen
hormonas suficientes como para revitalizarlo y rejuvenecerlo
totalmente.
¡Amar,
cuán grande es amar; solamente las grandes almas pueden
y saben amar...! El Amor, en sí mismo, es una fuerza
cósmica, una fuerza universal que palpita en cada átomo,
como palpita en cada Sol.
Las
estrellas también saben amar. Observemos las noches
deliciosas de plenilunio: ellas se acercan entre sí,
y a veces se fusionan e integran totalmente. "¡Una
colisión de mundos!" Exclaman los astrónomos;
más en realidad de verdad lo que ha sucedido es que
dos mundos se han integrado por los lazos del Amor.
Los
planetas de nuestro Sistema Solar giran alrededor del Sol,
atraídos incesantemente por esa fuerza maravillosa
del Amor. Observemos el centelleo de los mundos en el firmamento
estrellado; comulga, tal centelleo luminoso, las ondas de
luz, las radiaciones, con el suspiro de la flor. Hay Amor
entre las estrellas y la rosa, que lanza al aire su perfume
delicioso. El Amor en sí mismo es profundamente divino,
terriblemente divino.
En
los tiempos antiguos, siempre se rendía culto al Amor,
a la mujer; no hay duda de que la mujer es el pensamiento
más bello del Creador, hecho carne, sangre y vida.
Realmente, la mujer ha nacido para una sagrada misión,
cual es la de traer hijos a este mundo, la de multiplicar
la especie. La maternidad en sí misma es grandiosa;
en el México antiguo hubo siempre una divinidad consagrada,
precisamente, a aquellas mujeres que morían durante
el parto; se decía que "ellas continuaban, en
la región de los muertos, con sus criaturas en brazos";
se afirmaba, en forma enfática, que "después
de cierto tiempo ingresaban al Tlalokan, el paraíso
de Tlalok". Realmente, siempre en el México azteca
se le rendía culto a la mujer, al Amor, a la maternidad;
por eso las mujeres que morían de parto, eran consideradas
entre las gentes de Anawak como unas verdaderas mártires
que entregaban su vida en nombre de una gran causa.
Amar
es algo inefable, divino; amar es un fenómeno cósmico
extraordinario, en el rincón del Amor solo reina la
dicha. Cuando una pareja está unida en la cópula
sexual, con lazos de verdadero Amor, las fuerzas más
divinas de la naturaleza le rodean -esas fuerzas crearon el
Cosmos, esas fuerzas han venido nuevamente, para volver a
crear-, en esos momentos, el hombre y la mujer son verdaderos
dioses, en el sentido más completo de la palabra, pueden
crear como dioses, ¡he ahí lo grandioso que es
el Amor! Son extraordinarias las fuerzas que rodean a la pareja
durante el acto sexual, en la cámara nupcial. El ser
humano podría retener esas fuerzas extraordinarias
si no las malgastara en el holocausto del placer animal que
a nada conduce, si en verdad respetara la fuerza maravillosa
del Amor.
El
hombre es la fuerza expansiva de toda Creación; la
mujer es la fuerza receptiva y formal de cualquier Creación.
El hombre es como el huracán; la mujer es como el nido
delicioso de las palomas en los templos, o en las torres sagradas.
El hombre, en sí mismo, tiene la capacidad para luchar;
la mujer, en sí misma, tiene la capacidad para sacrificarse.
El hombre, en sí mismo, tiene la inteligencia que se
necesita para vivir; la mujer tiene la ternura que el hombre
necesita cuando regresa diariamente de su trabajo.
Así
que, entonces, hombre y mujer son las dos columnas del templo.
Esas dos columnas no deben estar demasiado lejos ni demasiado
cerca, debe haber un espacio para que la luz pase por medio
de ellas.
El
acto sexual es un sacramento; así lo comprendieron
los pueblos antiguos. Hubo templos dedicados al Amor; recordemos
al templo de Venus, en la Roma augusta de los césares;
recordemos nosotros a los templos de la antigua Caldea, recordemos
nosotros a los templos sagrados de la India, donde se rendía
culto a eso que se llama "Amor".
En
la Lemuria, otrora situada en el continente "Mú",
en el océano Pacífico, también se le
rendía culto al Amor. Hubo en realidad de verdad, en
el continente "Mú", dos procesos sexuales
o dos formas de reproducción. A mediados de la Lemuria,
la raza humana era conducida por los Kumarats hasta ciertos
templos donde se les instruía sobre el sacramento sagrado
del sexo; entonces nadie se atrevía a realizar la cópula
sagrada fuera del templo. Sólo en determinadas épocas,
repito, la raza humana era conducida por los Kumarats hacia
los templos sagrados. Se realizaban largos viajes, en determinadas
fases de la Luna, todo con el propósito de reproducir
la especie.
Aun
todavía, como recuerdo de aquello, como una reminiscencia,
han quedado los viajes de "luna de miel", allí
tienen su origen, y es bastante antiquísimo. En los
patios empedrados de los templos sagrados, en el continente
Lemur, bajo la dirección de los sabios Kumarats, hombres
y mujeres se unían para crear y volver nuevamente a
crear; entonces el acto sexual era sacratísimo, no
existía la morbosidad como en nuestros días,
pues la gente no había entrado en el proceso involutivo,
descendente, de la degeneración sexual.
(...)
Brown
Squard demostró que muchas enfermedades nerviosas y
del cerebro, podrían desaparecer si se evitara, durante
la cópula química, precisamente eso que se llama
"orgasmo", en fisiología, o "espasmo".
Naturalmente, Brown Squard fue muy criticado, se le consideró
"inmoral", pero no hay duda de que se acercó
a un gran secreto, al secreto lemúrico. Los lemures,
debido precisamente a su formación religiosa y a su
cópula química especial, gozaron de facultades
que los seres humanos de esta época desconocen; los
lemures podían ver perfectamente las dimensiones superiores
de la Naturaleza y del Cosmos; hoy en día los seres
humanos no ven la Tierra tal cual es, sino como aparentemente
es.
(...)
Así
que en el Amor hay un secreto, y este me parece que ha sido
muy bien estudiado por Sigmund Freud -la sublimación,
digo, de la Energía Creadora, mirar el sexo con profundo
respeto-. Obviamente, el hombre y la mujer son como dos partes
de un mismo Ser, el hombre salió del Edén acompañado
de su esposa, y debe regresar al Edén con su misma
esposa. Con otras palabras diríamos: el hombre salió
del Edén por las puertas del sexo, y solamente por
esa puerta puede retornar al Edén -el Edén es
el mismo Sexo-.
¡Qué
ingentes poderes se despertarían si la humanidad aceptara
el sistema de la "Comunidad Oneida", o el de Brown
Squard, o el de Krumm Heller, sistemas fundamentados en las
viejas tradiciones de la Lemuria! Esto es algo que los médicos,
los hombres de ciencia podrían investigar. Yo me limito,
sencillamente, a pensar que de la transmutación y sublimación
de la Energía Creadora, deviene una transformación
psicológica-fisiológica-biológica radical.
El Super-Hombre de Nietzche podría lograrse mediante
la transmutación de la libido sexual, empero lo principal
es saber Amar; sin Amor no es posible realizar todos estos
prodigios.
(...)
Observen
ustedes que siempre al lado de los grandes hombres, aparecen
las grandes mujeres: frente al Buddha Gautama, está
Yodishava, su bella esposa y discípula; junto al divino
Rabí de Galilea, aparece María Magdalena. Obviamente,
no sería posible para los grandes hombres, realizar
gigantescas labores como aquellas que han permitido cambiar
el curso de la historia, si no estuviesen acompañados
a su vez por alguna mujer.
El hombre y la mujer, en realidad de verdad, repito, son dos
aspectos de un mismo ser, eso es claro. El Amor, en sí
mismo, deviene de lo ignoto de nuestro Ser; quiero decir en
forma enfática, que dentro de nosotros mismos, allá
en las profundidades más íntimas, poseemos nuestro
Ser; éste reviste características trascendentales
de eternidad, éste es lo Divinal en nosotros. El Amor,
digo, es la fuerza que emana de ese prototipo divinal, existente
en lo hondo de nuestra Conciencia, es un tipo de energía
capaz de realizar verdaderos prodigios.
Valentín y los "valentinianos", tuvieron
su escuela. Fue una escuela gnóstica donde se estudiaron
los Misterios del Sexo, donde se analizaron cuidadosamente.
Valentín y los "valentinianos" conocieron,
en realidad de verdad, el secreto lemúrico: sublimaron
la Energía Creadora y lograron el desarrollo de ciertas
posibilidades psíquicas que se hallan latentes en la
raza humana. Se nos ha dicho que Valentín fue un gran
Iluminado, un gran Maestro en el sentido más completo
de la palabra.
El Amor, en sí mismo, es algo divino. Miremos nosotros
al cisne; el cisne Kala Hamsa es el símbolo del Amor:
él vuela sobre las aguas del lago de la vida; un par
de cisnes, en algún lago, ¡cuán bello
es! Cuando uno de la pareja muere, el otro sucumbe de tristeza,
y es que el Amor se alimenta con Amor. Pero hay que saber
amar, desgraciadamente, el ser humano no sabe amar.
Muchas veces, el hombre trata muy mal a la mujer en su primera
noche de bodas. No quiere él comprender que la virginidad
es sagrada, y que hay que saberla respetar; podría
decirse que viola a su propia mujer, no quiere entender que
hay que saber tratar a la mujer con sabiduría, que
hay que saber llevarla por el camino del Amor.
En la vida cotidiana, riñen muchas veces hombre y mujer,
riñen por cuestiones insignificantes; el hombre dice
una cosa, la mujer otra. A veces sucede que una palabrita
es suficiente para que uno de la pareja reaccione: no quiere
controlarse a sí mismo, no quiere comprender que el
gimnasio psicológico de la vida en el hogar, es la
mejor oportunidad para descubrirnos, para auto-descubrirnos.
Es en el hogar donde venimos a descubrir nuestros defectos
de tipo psicológico. Si nos hieren, ¿por qué
nos hieren? ¿Será que tenemos celos, será
que nos han herido el amor propio, será que nos han
herido el orgullo, o la vanidad, o qué? Cuando uno
descubre que tiene un defecto psicológico, tiene también
la oportunidad de desintegrarlo, de reducirlo a polvareda
cósmica. Eliminando nuestros, errores nuestros defectos,
un día de esos tantos podremos lograr el despertar
de la Conciencia.
Desgraciadamente, las gentes no quieren eliminar sus defectos,
dicen: "yo soy iracundo, ese es mi modo de ser".
Otro dice: "Bueno, yo soy celoso, así soy, ¿y
qué?" El de más allá exclama: "yo
soy lujurioso, me gustan las mujeres; así soy, así
nací, ¿y qué?" Con ese modo de pensar,
con ese modo de sentir, no es posible lograr una transformación
verdadera.
Muchos se quejan de sus mujeres: que son irascibles, que son
celosas. Desean conseguirse otra mujer que sea un paraíso,
que sea un ángel bajado de las estrellas, etc. No quieren
entender que el hogar es un gimnasio psicológico extraordinario,
y que es allí donde podemos auto-descubrir todos nuestros
errores, y que si lo logramos, conseguiremos el despertar
de la Conciencia.
Hay que saber amar, digo; en la casa debe reinar siempre la
comprensión entre hombre y mujer, no debe esperar el
hombre que la mujer sea perfecta; tampoco la mujer debe esperar
que el hombre sea un "príncipe azul". Hay
que aceptar las cosas como son, y tener la casa como una escuela
donde podemos auto-descubrirnos. A medida que nosotros vayamos
eliminando tantos y tantos defectos psicológicos que
tenemos, la felicidad del hogar irá aumentando, y si
un día nos tocó sufrir mucho, después
ese hogar se convertirá en un paraíso.
Los celos, por ejemplo, es algo que daña el hogar;
el celoso "hace de una pulga un caballo". Si una
mujer mira por allí a alguien, ya está sufriendo,
ya le parece que tiene relaciones con otro hombre, etc. -errores
de su mente, pero que él los toma como realidad-. La
mujer celosa es lo mismo: hace sufrir al varón, no
puede este mirar a ninguna mujer, porque ya está sufriendo
y formando terribles escándalos dentro de la casa.
Por ese camino de los celos, se sufre demasiado.
Si uno en verdad investigara cuidadosamente el origen de los
celos, descubriría que ellos se deben precisamente
al temor. Se teme perder lo que más se ama: la mujer
teme perder al hombre, el hombre teme perder a la mujer. Cree
la mujer que el hombre se va con otra, teme el hombre que
la mujer se va con otro, y claro, vienen los sufrimientos
y los dolores; mas si nosotros eliminamos el temor, los celos
desaparecen. ¿Cómo podríamos nosotros
eliminar el temor de perder al ser amado? Unicamente mediante
la reflexión, mediante la meditación. Pensemos
que en realidad de verdad, nosotros no venimos a este mundo
acompañados del ser humano, que solamente nos recibió
el doctor partero o la partera, que tampoco trajimos al mundo
dinero ni bienes materiales, y es claro que a la hora de la
muerte, tampoco nos vamos a ir acompañados. La mujer
o el hombre, alguno habrá de quedarse aquí,
mientras el otro parte para la Eternidad. Así que,
la muerte nos separa desde el punto de vista físico,
por eso dicen los sacerdotes: "os declaro marido y mujer,
hasta que la muerte los separe".
En
realidad de verdad, tarde o temprano llega la muerte, así
es que, si nosotros al morir no nos llevamos para la Eternidad
ni un alfiler, ni una moneda, nada de lo que tenemos, tampoco
nos podríamos llevar al ser amado con cuerpo y todo.
Entonces, ¿por qué tememos? Debemos aceptar
las cosas como son, no debemos tener apegos materiales ni
personales, porque el momento del desapego suele ser terrible.
Uno sufre porque se apega a algo, ya sea una persona, ya sea
alguna cosa; siempre se sufre, y por eso no debemos tener
apegos de ninguna especie, ni temer porque tengamos que perder
algo.
Lo
más grave que podría suceder a un hombre es
que lo llevaran al paredón de fusilamiento, ¿y
qué? Para morir nacimos, ¿entonces qué?
Tarde o temprano tenemos que morir, y aquellos que quieren
mucho a su dinero, que están apegados a su fortuna,
tarde o temprano habrán de perderla. ¿Por qué
entonces habrían de temer, si eso es lo más
natural? Así también, ¿por qué
habríamos de temer la pérdida del ser amado?
Cuando uno comprende que todo en la vida tiene un principio
y un fin, el temor desaparece -hasta el temor de perder al
ser amado-, y cuando tal temor desaparece, entonces los celos
desaparecen para siempre, ya no existen, no pueden, no deben
existir, puesto que no hay temor.
Otro
factor de discordia entre las parejas, en los hogares, es
la ira. El hombre dice una frase iracunda, la mujer responde
"con dos piedras en la mano", y al fin terminan
en una batalla de platos y vasos rotos, etc. ¡Esa es
la cruda realidad de los hechos! Si se eliminara el demonio
de la ira, reinaría la paz en los hogares, no habría
dolor; pero me digo y les digo a ustedes: ¿por qué
tiene que haber ira dentro de nosotros, por qué somos
así? ¿De manera que no es posible que cambiemos?
¡Sí es posible! Yo me propuse cambiar y cambié;
yo fui iracundo, también conocí el proceso de
la ira, pero me propuse eliminarla y la eliminé, claro,
hube de pasar por ciertos sacrificios.
(...)
Así pues, eso de que "yo soy así",
no tiene ningún valor: si "uno es así",
puede cambiar, y si uno cambia, se beneficia a sí mismo
y beneficia a los demás, a sus semejantes. Hay que
aprender a cambiar, a eliminar nuestros errores, esto es posible
reflexionando un poco.
¡Qué
dichosas serían las parejas si supieran amar de verdad!
Si el hombre nunca tuviera ira, si la mujer jamás tuviera
ira, entiendo que la "luna de miel" se puede conservar.
Desgraciadamente, los seres humanos, aquellos que se casan,
están empeñados en acabar con lo más
bello que hay en la "luna de miel". Si se quiere
conservar la "luna de miel", hay que eliminar la
ira, hay que eliminar los celos, hay que eliminar el egoísmo.
Debemos volvernos comprensivos, aprender a dispensar al ser
amado en todos sus errores. Nadie nace perfecto; el hombre
debe saber que la mujer tiene sus defectos, la mujer debe
comprender que el hombre tiene los suyos. Mutuamente deben
dispensarse sus defectos de tipo psicológico. Si así
proceden, conservarían la "luna de miel".
Entre
los antiguos pueblos de Anawak, fue Xochipilli el dios del
canto, del Amor y de la belleza; Xochipilli nos enseña
a conservar las delicias indiscutibles de la "luna de
miel". ¡Es lástima que la gente no comprenda
la doctrina de Xochipilli!
Es
posible conservar la "luna de miel" cuando se aprende
a dispensar los errores del ser amado, más si no se
saben dispensar los errores la "luna de miel" se
pierde.
Cuando
una pareja se casa, debería entender mejor la psicología.
Por lo común, uno de la pareja comienza por herir al
otro; el otro reacciona y se forma un conflicto, al fin ese
conflicto pasa, los dos se reconcilian, todo continúa
aparentemente igual, en paz, más no hay tal: el resentimiento
queda. Otro día hay otro conflicto, se disputan marido
y mujer por cualquier tontería -tal vez por los celos,
o en fin, por cualquier cosa-. Resultado: pasa el conflicto
y el resentimiento va aumentando, la "luna de miel"
se va acabando, y por último no hay tal "luna
de miel", se acabó, lo que hay es resentimiento
de lado y lado, y si no se divorcian, si continúan
unidos, ya lo hacen por un deber, o simplemente por pasión
animal, y eso es todo.
Muchos
matrimonios ya no tienen nada que ver con el Amor. El Amor
de hoy en día huele a gasolina, a celuloide, a cuentas
de banco y a resentimiento.
(...)
Hay
que empezar por el hogar, hay que empezar por ser buen dueño
de casa. El hombre que no sabe ser buen dueño de casa,
que no sabe vivir en su casa con su mujer y con sus hijos,
tampoco sabe vivir con la sociedad. Desgraciadamente, muchos
quieren ser ciudadanos perfectos, y aparecen como tales ante
el veredicto solemne de la conciencia pública, más
en su casa no saben vivir.
He
podido observar algunas organizaciones; conozco un señor
que malbarata mucho sus dineros, los derrocha. Total que siempre
está debiendo la renta, y esto es muy grave. Cuando
llega a tener, malgasta los dineros, su mujer pasa mucha hambre
muchas necesidades, sus hijos sufren lo indecible; alguna
vez se les ha puesto "de patitas en la calle" -por
falta de pago, claro está-. Se le nombró, en
alguna ocasión, director de una escuela filosófica;
al poco tiempo sucedió que en esa escuela no había
quien pagara la renta. Se debían varios meses de renta
del edificio -¿teléfono? Nadie pagaba el teléfono-.
Conclusión: iba tal organización por el camino
del fracaso, ¿por qué? Porque aquel buen señor
no sabía vivir en su casa, mucho menos podía
dirigir una organización.
Quien quiera ser en realidad de verdad un buen jefe de alguna
organización, sea ésta una empresa, sea ésta
una escuela, debe empezar por aprender a ser buen dueño
de casa. Hay muchos que dicen: "Bueno, a mí lo
que me interesa es la ciencia, el arte, la filosofía,
etc. Eso de la casa y de las rentas, no tiene para mí
la menor importancia", y trata a su pobre mujer "a
patadas". Conclusión: resultan un fracaso en las
diversas organizaciones donde trabajan, ya sean maestros de
escuela, etc. Quien no sabe ser buen dueño de casa,
tampoco puede ser ciudadano útil a la sociedad y a
sus semejantes. Hay que aprender a vivir, a saber vivir con
verdadera inteligencia y gran comprensión.
Unos se afanan por casarse, y eso es muy grave, sobre todo
las pobres mujeres. Las he conocido, ya llegando a la madurez,
en vísperas de perder la floreciente juventud, cuando
"ya el tren está para dejarlas". ¡Cuánto
sufren, viendo a ver a quien cazan; de ninguna manera están
dispuestas a "quedarse para vestir santos"! Ellos
dicen: "entre quedarse una para vestir santos, o resolverse
a desnudar borrachos, será preferible lo segundo",
y hasta cierto punto tienen razón las pobrecitas. Pero
se afanan demasiado, y al fin tratan de conquistar por ahí
al que puedan; "como puedan", "hacen la luchita"
para lograrlo. Y logran casarse algunas veces, pero el fracaso
es inevitable, porque hay un viejo dicho que reza: "matrimonio
y mortaja, del cielo baja".
Hay una ley que muchos aceptarán y otros no. Yo sí
la acepto, y los que quieran aceptarla, que la acepten. Es
la ley del destino. Pienso que para cada mujer hay un varón,
pienso que para cada hombre hay una mujer; entonces será
mejor que ellas aguarden al hombre que les habrá de
tocar. Si no les toca un hombre, pues "ni modo",
a conformarse, a resignarse y resolverse a "vestir santos".
Más si le toca, pues maravilloso, no tendrán
que resolverse a "desnudar borrachos".
En realidad de verdad, sería preferible para una mujer
quedarse soltera, que fracasar. Cuando se quiere forzar el
paso, cuando quieren casarse "a la brava", "a
la malagueña" -como reza el dicho-, el resultado
es el fracaso; esa es la cruda realidad de nuestros días.
Hay algunas mujeres que intentan agarrar al hombre por su
lado sexual; dicen: "Bueno, me entrego a este hombre,
y tal vez así logre que él se case conmigo".
El hombre le trae el firmamento, las estrellas, los palacios
de oro de "las mil y una noche", se los pone a sus
pies, y ella se entrega. ¿Qué sucede? ¡Queda
embarazada! ¿Y el hombre qué? Jamás vuelve
a saber de tal hombre. Vean ustedes en cuantos errores caen
algunas mujeres, que quieren precipitar el matrimonio "a
la brava". Eso es falta de fe en el destino, en Dios,
o como ustedes quieran denominarlo, más vale que las
mujeres sepan aguardar un poco.
Algunos hombres también cometen el error de querer
precipitar su matrimonio, y el resultado suele ser bastante
grave. Casarse uno con una mujer que no le corresponde, de
acuerdo con la ley del destino implica fracaso, eso es obvio.
(...)
Hay
que ser pues, mesurados. El matrimonio lo considero yo como
algo muy serio, muy grave. En realidad, de verdad, hay tres
acontecimientos muy grandes en la vida: primero, el nacimiento;
segundo, el matrimonio y tercero, la muerte. Son los tres
acontecimientos más importantes de la existencia, así
pues, piensen ustedes en lo que significa el matrimonio.
No
debemos casarnos con una mujer que no nos pertenezca en Espíritu,
nuestra amada debe ser espiritual en el fondo. ¿Qué
haría el varón casándose con una mujer
calculadora, interesada, celosa? Pues fracasaría lamentablemente.
¿O qué haría la mujer, casándose
con un varón enamorador, con un varón de mala
conducta, con un varón que en su casa siempre fue mal
hijo, mal hermano y que en la calle ha demostrado siempre
ser mal amigo? El que es mal hijo, el que es mal hermano,
el que es mal amigo, no puede en modo alguno ser buen esposo,
¡eso es obvio!
Miradas
todas estas cosas desde diversos ángulos, comprenderemos
lo delicado que es, precisamente, el matrimonio y el Amor.
Lo interesante es entenderlo, y actuar de acuerdo con nuestra
comprensión creadora.
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