Existen en el ser humano dos tendencias; una hacia lo placentero
y otra hacia la perfección. Casi todos eligen lo que
atrae a los sentidos; muy pocos eligen la perfección.
La causa de ello es que los placeres sensorios son más
inmediatos y fáciles de conseguir; en cambio, la perfección
está a gran altura y se tarda mucho para alcanzarla.
En el caso de la mayoría de la gente, ni siquiera puede
hablarse de elección, ya que ellos siguen ciegamente
los impulsos instintivos y son incapaces de prever las consecuencias
de sus actos y pensamientos, La verdadera elección
sólo es posible para unos pocos que tienen claro discernimiento
y voluntad poderosa. La voluntad se vuelve más fuerte
a medida que ejecuta lo que le dicta el discernimiento, y
el discernimiento a su vez se clarifica viendo el resultado
de lo que la voluntad ejecuta.
Si escudriñamos hondamente la naturaleza de nuestro
deseo, veremos que tiene límite. Quisiéramos
juntar toda la belleza que el Creador a derramado en la naturaleza
y el universo; juntar la bondad de todos los seres buenos
y la sabiduría de todos los sabios; quisiéramos
que la belleza, la sabiduría y la bondad fueran perfectas
y estuvieran siempre presente;
quisiéramos nosotros tornarnos perfectamente
Buenos, Sabios y radiantes de Belleza inmarcesible.
Este deseo ilimitado demuestra que nuestra naturaleza verdadera
es infinita y perfecta.
Mas nos equivocamos cuando queremos realizar la perfección
en el plano sensible. Por los sentidos sólo podemos
percibir la sombra de la Realidad. Todo lo que percibimos
es fragmentario y fugaz; exaspera nuestro deseo sin nunca
satisfacerlo.
Tenemos, sin embargo, otra clase de percepción que
es intuitiva, suprasensoria, por la cual podemos penetrar
el control de los sentidos, la concentración mental
y el intenso amor hacia nuestro ideal espiritual.
La gente común cree que todo idealismo es utópico.
Pero, qué sucedería si a los seres humanos se
les quitara por completo el idealismo? Desaparecería
todo sentido estético, moral y espiritual. El hombre
quedaría reducido a un mero animal. La verdad es que
nadie puede vivir sin alguna idea de progreso o mejoramiento,
y esto implica el deseo de alcanzar algo que aún no
hemos realizado. Todos somos más o menos soñadores
o idealistas. Aun en las cosas comunes de la vida diaria como
son el comer y el vestir, queremos que intervenga el toque
de algo estético e inmaterial. La forma está
compuesta de carne, huesos, sangre y otras materias impuras,
pero en una persona que nos es querida, no notamos todo eso:
siempre vemos en ellas algo invisible a los ojos físicos.
Y ese algo se ennoblece, se embellece, se expande y hasta
se hace infinito, de acuerdo con la tendencia estética,
moral o mística de nuestro temperamento.
El místico, en realidad, no idealiza las personas o
los objetos, sino que ve en ellos la manifestación
de su ideal Divino.
Es un hecho que ningún ser humano puede quedar satisfecho
con lo que es puramente material; de ahí surge la necesidad
del idealismo y la fe. Por la fe y el idealismo tratamos de
trascender los límites del mundo sensible. Es esta
una necesidad innata del alma humana y es prueba de su inmaterialidad
e infinitud.
MAS, PARA QUE EL IDEALISMO Y LA FE NO
QUEDEN EN EL PLANO DE LA IMAGINACIÓN,
DEBEN SER PRACTICADOS;
Deben guiar todos nuestros actos y pensamientos y transformar
por completo nuestra vida. En otros términos; el ideal
no debe quedar siempre como ideal, vale decir, alejado de
nosotros. Debe tornarse real, acercarse a nosotros, acompañarnos
siempre. Debe llenar nuestra mente y nuestro corazón,
convertirse en el Bienamado de nuestra alma, por cuya presencia
todo lo que amamos se vuelve más querido.
Cada persona tiene del bien un concepto distinto. El que cree
que el ser humano mes un ente meramente corpóreo, busca
para sí y para los suyos comodidad y seguridad en el
plano físico. El que da más importancia a la
mente, procura cultivarla con la literatura, la filosofía,
el arte, el estudio de la ciencia. En cambio, el que siente
que es un alma inmortal, busca el Conocimiento Supremo, o
la comunión con Dios.
Hay una etapa evolutiva en que el hombre siente la nostalgia
de lo infinito. Entonces las ligaduras que lo atan comienzan
a aflojarse; las limitaciones físicas y mentales retroceden
hasta desvanecerse del todo. Lo que antes era considerado
concreto, se vuelve abstracto e inexistente; en cambio, lo
que parecía abstracto se revela como la Realidad única
-la Existencia infinita, en la cual vivimos, nos movemos y
somos.
FRAGMENTO
EXTRAÍDO DEL LIBRO:
"MEDITACIONES DE UN DEVOTO"
DE SRI RAMAKRISHNA
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