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EL MOVIMIENTO GNOSTICO CRISTIANO UNIVERSAL

 

 

A todos los hermanos del Movimiento Gnóstico Cristiano Universal, reunidos aquí, para este gran ágape, dirijo en estos momentos la palabra.

Ha llegado la hora de comprender que somos en realidad una gran familia, sin distinción de razas o naciones. Estamos formando, en verdad, el Ejército de Salvación Mundial, cueste lo que cueste.

Se aproximan momentos terribles para la Humanidad. Nuestro Sistema Solar ha terminado su viaje alrededor del Cinturón Zodiacal; esto significa el fin de un año sideral. Quiero que sepan todos, en forma clara y precisa, que así como existe el año terrestre, también existe el año sideral; que así como la Tierra viaja alrededor del Sol, así también nuestro Sistema Solar viaja alrededor del Cinturón Zodiacal; que así como tenemos cuatro estaciones, que son primavera, verano, otoño e invierno, así también el año sideral tiene cuatro estaciones: primavera, Edad de Oro; verano, Edad de Plata; otoño, Edad de Cobre; invierno, Edad de Hierro.

El presente año sideral está llegando a sus últimos grados, en la Constelación del Aguador; es decir, está terminado. Cada vez que un año sideral concluye, incuestionablemente se provoca un gran cataclismo cósmico. Cuando el año sideral de la antigua Atlántida concluyó, aquel gigantesco continente -que otrora brillara esplendoroso en el Océano Atlántico- fue sumergido entre las pavorosas olas del mismo. Cuando el año sideral llegó al final de la época Lemúrica, los Lemures perecieron entonces entre el fuego y los terremotos. Ahora el año sideral está llegando a su final, en esta Raza Aria, y esta Humanidad perecerá, incuestionablemente entre el fuego y los terremotos.

Los tiempos del fin han llegado y estamos con ellos. Ya todo está perdido; el mal del mundo es tan grande, que ya llegó hasta el cielo. Babilonia la grande, la madre de todas las abominaciones de la Tierra, será destruida, y de toda esta perversa civilización de víboras, no quedará piedra sobre piedra. La Humanidad está lo suficientemente madura para el castigo final.

Así pues, queridos hermanos gnósticos que hoy estáis reunidos aquí, en este recinto, para celebrar un verdadero ágape de amor, un ágape místico, quiero que sepáis -en forma definitiva- que nosotros trabajamos de acuerdo con los planes de la Blanca Hermandad. Mi Real Ser Interior Profundo, es el Manú de la sexta Raza Raíz; por lo tanto, estamos formando en estos momentos el núcleo humano que servirá para la formación de esa futura gran Raza.

En primer aspecto, habremos de divulgar la enseñanza en toda la redondez de la Tierra. Nuestro Movimiento Gnóstico se ha hecho poderoso desde Norte-América hasta la Patagonia. Este es un Movimiento fuerte, es el Movimiento más poderoso que en los actuales momentos se haya fundado. Pronto habremos de comenzar las campañas de Europa; después proseguiremos con el Medio Oriente. Y de acuerdo a como está escrito, por último el Movimiento Gnóstico producirá una verdadera revolución espiritual en el Continente Asiático. Cuando esto sea, yo mismo -con algunos otros hermanos- me retiraré a la Meseta Central del Asia, a una caverna solitaria. Habrá que dejar cierto tiempo para que "la levadura fermente". Antes de que se acerque el cataclismo final, volveremos para reunir a aquellos que hayan trabajado en la Gran Obra del Padre; para reunir a aquellos que hayan disuelto -siquiera, aunque sea- el cincuenta por ciento del Ego animal. Y esos que así lo merezcan, serán llevados en un nuevo éxodo a cierto lugar secreto del Océano Pacífico. Desde allí veremos la catástrofe, desde allí contemplaremos el duelo del fuego y del agua, durante varios siglos.

La presencia de un gigantesco mundo que viaja a través del espacio, precipitará la revolución de los ejes de la Tierra. Tal mundo recibe el nombre de "Hercóbulus"; es un mundo seis veces más grande que Júpiter, pasará por un ángulo de nuestro Sistema Solar. Su fuerza de atracción será poderosa: atraerá el fuego contenido en el interior de la Tierra y surgirán volcanes por todas partes. Obviamente, con el surgimiento de los volcanes, se provocarán espantosos terremotos y terribles maremotos. El agua, a su vez, cambiará de lecho, debido a la revolución de los ejes de la Tierra. Los mares se desplazarán y los continentes actuales serán sumergidos entre las embravecidas olas de los mares. Toda la Humanidad perecerá, porque es una Humanidad ya madura para el castigo final, una Humanidad vergonzosa, que merece el Karma que le viene. No quiso esta Humanidad escuchar la voz de los profetas, no quiso esta Humanidad escuchar la voz de Jesús El Cristo; se apedreó a Esteban, muchas veces se encarceló a Pablo de Tarso; se envenenó a Gautama el Buddha Sakya-Muni, se envenenó a Milarepa, se persiguió a los Santos del Eterno, y ahora -obviamente- deberá pagar hasta el último denario.

Es bueno que todos, los aquí presentes, comprendan que los tiempos del fin han llegado; es bueno que se entienda que "Hercóbulus", el gigantesco mundo que ha de producir la revolución de los ejes de la Tierra, está ya a la vista de todos los observatorios astronómicos del mundo. No se trata, pues, de una quimera; ningún Astrónomo ignora que existe un Sistema Solar, muy lejano, que se dirige hacia la Tierra. Me refiero al Sistema Solar de Tylo. "Hercobulus" gira, tiene su centro de gravedad alrededor del Sol de ese Sistema, y viene viajando a velocidades gigantescas, rumbo hacia la órbita del planeta Tierra. Así que, esto que estoy diciendo podrá ser discutido por millones de seres humanos. Se que muchos se mofarán y que muchos se reirán, mas escrito está que "el que ríe desconoce, está en el camino de ser idiota".

En tiempos de la Atlántida, los Iniciados también dimos la voz de alarma: advertimos a aquella Humanidad, que venía una gran catástrofe y fueron muchos los que se rieron, muchos los que se burlaron, muchos los que contra nosotros lanzaron la baba de sus críticas. Mas cuando ya vieron la catástrofe, cuando sintieron los terremotos, cuando los mares se desplazaron, quisieron seguirnos; empero todo fue inútil: solamente fue salvado el pueblo selecto, un Ejército de Salvación Mundial, que entonces hubo de formarse, como estamos nosotros formándolo ahora, en estos instantes.

Así, pues, el objetivo por el cual hemos nosotros creado el Ejército de Salvación Mundial, es con el propósito de formar un pueblo selecto que sirva de fundamento a la sexta Raza-Raíz.

Me alegra verlos a todos ustedes reunidos, me alegra verlos en este ágape. Sentimos nosotros, en verdad, que nuestro corazón se inflama de amor, al contemplar cada uno de estos rostros hermanos. Solo anhelo -en nombre de la Gran Verdad Cósmica- que ella les ilumine, que brille, en cada uno de los aquí presentes, la luz. Deseo, sinceramente, que cada cual marche por el camino de la Auto-Realización Intima, hasta el triunfo total. Deseo, sinceramente, que la Estrella Interior -que a cada cual guía- los conduzca finalmente hasta la Bienaventuranza. Deseo, sinceramente, que este pueblo gnóstico a base de sacrificios, de esfuerzos conscientes y padecimientos voluntarios, llegue por último a la liberación real.

Que todos los aquí presentes no olviden el trabajo esotérico, que en verdad se dediquen -sinceramente- a trabajar sobre sí mismos, aquí y ahora. Aquel que escucha la palabra y no la hace dentro de sí mismo, se parece en verdad al hombre que se mira ante un espejo y luego da la espalda y se retira. No basta, hermanos, escuchar la palabra; es necesario hacer la palabra.

Conforme nosotros luchemos más y más, recibiremos auxilio interior. Quiero que sepáis que el Cristo Íntimo viene a nosotros cuando realmente trabajamos incansablemente, noche y día. Quiero que sepáis que Jesús, el Gran Kabir, le dio al mundo, trajo a nosotros -hace 1.975 años- la Doctrina del Cristo Íntimo. Si por algo es grandiosa la venida de Jesús, el Gran Kabir, es porque nos trajo en verdad, la Doctrina del Cristo Interior. Cuando Pablo de Tarso habla sobre El Cristo, no se refiere exclusivamente al Jesús histórico: se refiere al Jesús Íntimo.

Muchos aguardan la venida del Gran Maestro, pero en verdad os digo, mis queridos hermanos, que Él viene desde adentro, desde el fondo mismo de nuestras Almas. Conforme nosotros perseveremos en el trabajo, conforme luchemos por eliminar los elementos inhumanos que llevamos en nuestro interior, nos acercaremos cada vez más y más al Cristo Íntimo. Un día, Él vendrá a nosotros para salvarnos; un día Él se hará cargo de todos nuestros procesos mentales, emotivos, sentimentales, sexuales, etc.; un día, Él se incorporará en nosotros, se convertirá en un hombre de carne y hueso -en cada uno de nos- para podernos transformar, embellecer y dignificar.

Ha llegado la hora de amar al Señor de los martirios, a aquel que en verdad está dispuesto a sacrificarse en nosotros y por nosotros y dentro de nosotros, aquí y ahora.

El Cristo Íntimo es nuestro Salvador. Así lo declaro formalmente, aquí ante ustedes, en este ágape. El Cristo Intimo es algo sublime: nos ama y nosotros debemos amarle. Él se ofrece como Cordero Inmolado para redimirnos, sufre dentro de nosotros y quiere transformarnos radicalmente. ¿Quién no amaría -por ejemplo- a un buen amigo, que estando nosotros presos, viniese a visitarnos y hasta consiguiese nuestra libertad? ¿Quién no amaría a un gran amigo, que estando nosotros enfermos y abandonados, nos trajese medicinas y al fin lograra curarnos? ¿Quién no amaría a un amigo, que estando nosotros en miseria, nos diera la mano y nos alimentara? ¿Quién no amaría a su madre, que desde niños veló por nosotros, que nos alimentó con sus pechos, que hizo por nosotros todo lo que hubo y que sufrió por nosotros, hasta levantarnos al estado actual en que nos encontramos?. Pues bien, mis queridos hermanos, El Cristo Íntimo hace más que todo eso: Él viene a nosotros cuando nosotros trabajamos sinceramente en la Gran Obra del Padre, cuando nosotros luchamos -en verdad- por eliminar nuestros defectos psicológicos, cuando nosotros bregamos por eliminar todos esos "Yoes" que en su conjunto constituyen el "mí mismo", el "sí mismo...". Él viene a nosotros cuando de verdad estamos trabajando por nuestra propia liberación. Él sufre, desde el fondo mismo de nuestra Alma; Él viene, para hacerse cargo de nuestras emociones, de nuestros pensamientos, de nuestros deseos. Él viene para combatir, en sí mismo, los "elementos inhumanos" que nosotros llevamos en nuestro interior; Él se convierte en una persona de carne y hueso, aunque las personas no le conozcan; Él vuelve a vivir el Drama Cósmico, aquí y ahora y dentro de nosotros mismos, de instante en instante, de momento en momento. Él vuelve a ser otra vez traicionado por Judas, el demonio del deseo; por Pilatos, el demonio de la mente, que para todo encuentra disculpas, y por Caifás, el demonio de la mala voluntad. Él vuelve a ser otra vez humillado, abofeteado por todos esos "Yoes" que cargamos en nuestro interior; Él vuelve a soportar la corona de espinas, Él vuelve otra vez a ser azotado, con cinco mil y más azotes, dentro de nosotros mismos, aquí y ahora. Y por último, Él que se convierte en el Cordero Inmolado, en el Cordero que borra nuestros propios pecados, sube al gólgota del supremo sacrificio y exclama con gran voz: "¡Padre mío, en tus manos encomiendo mi Espíritu!". Por último baja al Sepulcro y con su muerte mata a la muerte. ¡Sórbida es la muerte con victoria!. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?

Así pues, hermanos, ha llegado la hora de amar al Cristo Íntimo; esa es la Enseñanza que nos trajo el Gran Kabir Jesús...

Cuando el Señor de Perfecciones dentro de nosotros mismos, aquí y ahora resucita, nosotros resucitamos en Él y Él en nosotros, y nos convertimos de hecho en criaturas espléndidas, inmortales.

Antes de poseer al Cristo Íntimo, estamos verdaderamente muertos. Solamente después de poseer en nuestro interior al Cristo Íntimo, tenemos vida en abundancia.

Hermanos gnósticos, que esta noche nos hemos reunido en este ágape místico: quiero que améis en forma más profunda al Cristo Íntimo; quiero que verdaderamente trabajéis sobre vosotros mismos, a fin de que un día pueda Él surgir en vosotros para transformaros definitivamente. Aunque el Cristo haya nacido mil veces en Belén, de nada serviría si no nace en nuestro corazón también; aunque haya sido muerto y resucitado, de nada serviría eso si no muere y resucita en nosotros también.

¡Amemos al Adorable, a ese que verdaderamente se sacrifica por nosotros, aquí y ahora! ¡Amémosle, hermanos, amémosle!

¡Paz Inverencial!

 

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